Zumban y vuelan como las moscas pero no lo son. Entonces, los tábanos
machos con ser vistos como mujeres cuando son hombres, ya nacen molestos; y los
tábanos hembras se indignan porque no son tan feas como las moscas como para
ser comparadas con ellas. Si a esto le agregamos que tienen que vivir en
lugares muy calurosos, su enojo es comprensible, por lo que acercarte a dónde
vuelan con enfado es justo lo que se necesita para que te ataquen sin piedad,
hasta hartarse y encontrar en la fresca dermis del humano un descanso.
A dos rayas negras y una amarilla, odian que se les confunda con las
abejas, porque, en realidad, los tábanos en general, son menos mamones que las
productoras de miel, pero su similitud hace que reciban el mismo trato de
temor, odio y aversión que algunos humanos citadinos suelen tenerles a estos
insectos porque espetan que duele horrores cuando te pican.
En invierno, se pegan unas vacaciones a las orillas de los cenotes
mayas, su principal afición es el juego de pelota, dónde su ayuda es requerida
durante la ceremonia final, ya que cuando el ganador del partido está a punto
de ser sacrificado, el tábano se encarga de zumbar alrededor de él para
acompañarlo en el viaje al siguiente mundo que está por comenzar.
Trágico es lo alto de la tasa de mortalidad del tábano debido a que
los machos mueren casi inmediatamente después de la intensa cópula, por mal
alimentarse sólo de polen y néctar de las flores; mientras que las hembras,
cuyo aparato bucal es lo
suficientemente fuerte y largo como para atravesar la piel de chivos, burros o
caballos, pican con su boca en forma de avispón, alimentándose de la
sangre de animales de piel obscura por lo que se engolosinan y la panza les
cuelga tanto que se aletargan dando tiempo a que se les descubra y aplaste.
Las Dánaes comparan a los
egipcios en brama con los tábanos del río Nilo cuando piden salvo asilo. Pero
más interesante es la leyenda de que fue un tábano hembra quién viéndose
en apuro una vez alimentada del caballo tordillo de raza árabe de napoleón,
Marengo, y a punto de sufrir su muerte bajo la herradura de semejante
celebridad, prometió servir de espía para Marengo en el campo de batalla si
éste le perdonase la vida.
Marengo así lo hizo, y desde entonces el tábano le
dejaba saber con anterioridad los peligros del camino de ofensiva, por lo que
Marengo sufrió múltiples heridas de guerra, sin morir de ellas, convirtiéndose
así en el caballo más importante del general de entre los 130 que tenía.
Marengo vivió treinta y ocho años de caballo, que equivalen a unos ¡100
de humano! Murió en Inglaterra y fue sepultado en el National Army Museum of Sandhurt dónde curiosamente, como la
leyenda, todos los días hay un tábano volando por encima de la tumba… tal vez
acompañándole en sus aventuras del más allá.